El escritor y periodista Mariano Calvo reflexiona sobre oportunidad de las obras de Arquitectura y Arte Contemporáneo en los entornos históricos protegidos, a tenor de la instalación de la controvertida fuente de Cristina Iglesias en la Plaza del Ayuntamiento de Toledo.
Los que criticamos la sustitución en el casco histórico de la tipología tradicional por otras estéticas basadas en el capricho de ciertos arquitectos, no lo hacemos en contra de la modernidad, sino todo lo contrario.
Lo moderno desde el siglo XIX y XX (y con marcado acento en la postmodernidad) es la conservación y la reutilización de los inmueble para nuevos usos, cuando esto es posible, (por lo que se refiere al tratamiento de los cascos históricos, que es de lo que estamos hablando). Quien quiera ser innovador y moderno, tiene un ancho mundo donde practicar. Pero no en un casco histórico que, a trancas y barrancas, se ha conservado de milagro a lo largo de muchos siglos.
La sustitución de lo viejo por lo nuevo es lo que se viene haciendo ”tradicionalmente” desde tiempos de los carpetanos y lo que han hecho romanos, visigodos, árabes y todos cuantos se han sucedido en la historia de este zarandeado peñón.
Antiguamente cada generación sustituía a su gusto lo antiguo por lo nuevo, sin mayor problema. Eso ha sido la tradición hasta que en el siglo XIX surge “el hombre contemporáneo” y empieza a aplicar criterios de respeto hacia el pasado, la historia, los museos, etc. Surge así el moderno sentimiento de conservación de los bienes culturales del pasado. Y es ahí donde se inscribe el conservacionismo de los cascos históricos como el de Toledo, es decir, en la más pura contemporaneidad.
Lo que se les reprocha a estos arquitectos de la innovación no es su libertad de hacer lo que les venga en gana, –¡faltaría más!– sino que lo hagan destruyendo valores urbanísticos y de armonía que forman parte de un legado cultural irrepetible, herencia para esta y las siguiente generaciones.
Echemos un vistazo a Alemania. Los cascos históricos de las ciudades alemas quedaron completamente destruidos después de la Segunda Guerra Mundial. Los alemanes podían haber optado por construir ciudades nuevas sobre los cascos históricos (como hizo Pombal tras el terremoto de Lisboa, en 1755), pero se decidió con criterio absolutamente moderno reconstruir los cascos históricos hasta en sus menores detalles. Pombal, es un ejemplo de cómo en el siglo XVIII todavía no habían asuimido totalmente los principios de respeto al pasado (en aquellos casos digno de respeto) que muy poco después se pondrían en vigor en el mundo civilizado.
Toledo ha sufrido un bombardeo lento en los últimos decenios, y sería hora ya de empezar la reconstrucción a la alemana, no al estilo Pombal, que es lo que muchos pretenden.
Hacer “todovalismo contemporáneo” no es malo —por el contrario, es una muestra de un sano democratismo artístico— salvo que se haga allí donde destruye valores y tipologías que merecen respeto por su antigüedad, y en ello se incluye la armonía global un casco histórico como el nuestro, declarado Patrimonio de la Humanidad. Y aclaro que armonía no significa uniformidad. En Toledo hay una gran armonía dentro de la diversidad de estilos y épocas, porque todas ellas, aunque diferentes, representan a un mundo premoderno.
Dicho esto, hay que añadir que los cascos históricos también pueden incorporar elementos de actualidad pero esto ha de hacerse con un cuidado exquisito, midiendo bien que esta incorporación no suponga la destrucción o alteración de valores patrimoniales o urbanísticos ni tampoco la desarmonía de los entornos concretos. Es, sin duda, un tema que se presta a debate, pero creo que no sería difícil llegar al consenso en el sentido de que cualquier incorporación novedosa cumpla al menos dos requisitos: 1.- que sea en todo caso reversible, y que no suponga la destrucción o alteración de algo anterior.
Por ejemplo, en el caso de la fuente de Cristina Iglesias, su alto precio lo convierte en un elemento difícilmente reversible, ha supuesto la destrucción de un bello ajardinamiento enormemente estético y práctico para el turismo (y para los toledanos que hacíamos uso frecuente de él ), además de acarrear la retirada de una bellísima y valiosísima fuente de mármol del siglo XVI, que daba prestancia histórica y representaba la riqueza y relevancia cultural de nuestro pasado.
La modernidad de la formica, esa ya pasó a la historia. Ahora lo moderno es valorar el espacio de calidad, y eso te lo da vivir en un entorno cargado de tiempo remansado.
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