domingo, 21 de febrero de 2021

A vueltas con la mesa de Salomón

 Comparto esta entrevista que me han hecho para una revista, pero al final no se publicó, salvo unas pocas referencias como citas intertextuales, así que se puede considerar, a todos los efectos, inédita.

¿Por qué una historia tan mítica como la de la Mesa de Salomón sigue llamando la atención en tiempos tan tecnificados como estos?

No es un caso único, a muchísima gente le atraen las historias del pasado. De hecho, se podría decir que cuanto más desarrollada o tecnificada es una sociedad, más le llaman la atención las historias de tiempos remotos. Lo vemos a diario en la Literatura, el Cine y las series de televisión. Incluso en los videojuegos. Si dichas historias del pasado van unidas a mitos y leyendas, más atractivo tienen todavía. Y ya no diré nada si dichas leyendas se relacionan con la magia o el esoterismo, lo que atrae al gran público más todavía. Por eso mismo insisto en la conveniencia de que, en paralelo a la investigación destinada al ámbito académico, exista una buena divulgación histórica, para acercar la Historia real a la sociedad, y para que se tenga clara la diferencia entre los simples mitos y sucesos legendarios y los acontecimientos que en verdad sucedieron.


Entre mito y realidad ¿Cuál es la historicidad de este objeto? ¿Hablamos más de un símbolo o nos referimos a un objeto físico?

En el caso de La Mesa de Salomón hay que distinguir el arquetipo mítico del objeto real. Para muchos es un objeto mágico, un todopoderoso talismán que permite a su poseedor acceder a conocimientos trascendentes. ¿De dónde venía esta creencia? De que se pensaba que en la misma aparecía inscrito de algún modo el nombre secreto de Dios, y que quienes conociesen el modo de invocarle, serían sabios y poderosos. Por otro lado, tenemos el objeto real, un mueble de madera de acacia forrada de oro y ornamentada con piedras preciosas que se utilizaba por los sacerdotes del pueblo de Israel, desde los tiempos de Aarón, el hermano de Moisés, para ofrecer a Dios todos los sábados unos panes sin levadura que se cocían ritualmente, y finalmente eran consumidos por los sacerdotes. Es decir, era un objeto para la liturgia. El nombre deriva de que cuando Salomón construyó el templo de Jerusalén, la mesa, el Arca de la Alianza y los demás objetos sagrados que hasta entonces se guardaban en una especie de tienda de campaña o santuario móvil conocida como “la morada” o “el tabernáculo”, pasaron a guardarse en el templo. Y también deriva de la creencia de que el nombre sagrado y secretísimo de Yahvé, que se musitaba ritualmente por el Sumo Sacerdote una vez al año para renovar la alianza de Dios con los hombres, estaba inscrito en forma jeroglífica en dicha mesa desde los tiempos del sabio rey Salomón.

Evidentemente, como historiador, mi respuesta es que sí existió el objeto físico, pero que no puede respaldarse la existencia de un objeto mágico. Otra cosa es que muchas personas creían y siguen creyendo en la magia, los talismanes, la sanación mística, el poder de las estrellas y demás supersticiones. Un amigo antropólogo me decía que la pregunta correcta no es si existe el mal de ojo, sino qué supone para la sociedad que haya millares de personas que creen que existe. Con los talismanes y objetos mágicos sucede lo mismo. Han existido a lo largo de los siglos y siguen existiendo no porque funcionen, sino porque la gente cree en ellos. La Mesa de Salomón fue un objeto litúrgico que para muchos trascendió más allá y se convirtió en un símbolo de conocimientos ocultos, misterios insondables y poderes sobrenaturales, independientemente de su existencia real o no.

¿De dónde viene la relación entre la Mesa y Toledo?

La Mesa de Salomón fue traída a Toledo por los visigodos, porque formaba parte de su Tesoro Sagrado o Tesoro Antiguo (que estaba integrado por objetos simbólicos y que no se podía dedicar a los gastos corrientes porque era inalienable), al cual se incorporó cuando las huestes de Alarico “el Viejo” se hicieron con ella tras saquear Roma en 410. 

Recordemos que, a su vez, los romanos se habían hecho con ella cuando las tropas de Tito conquistaron Jerusalén y saquearon su templo en el año 70. Existe constancia documental e iconográfica de que los romanos se llevaron la Mesa de Salomón y la Menorah (el gran candelabro del templo) a Roma, y acabaron depositados en el templo de Júpiter Capitolino. En Roma seguían cuando Alarico I saqueó Roma, y se llevó la mesa consigo. Tras el establecimiento de los visigodos en las Galias, el tesoro fue depositado en la ciudad de Iulia Carcasso (Carcasona) y allí estuvo hasta que fue asediada por los francos de Clodoveo a comienzos del S. VI, según nos cuenta el historiador Procopio de Cesarea. Más adelante, el avance de los francos y el consiguiente repliegue de los visigodos motivó que el tesoro fuese evacuado a Narbo Martius (Narbona), la nueva capital visigoda tras la pérdida de Tolosa (Toulouse). Dicho tesoro, incluyendo la Mesa, estuvo en Narbona hasta el momento en que en 531 fue nuevamente evacuado por Amalarico a la nueva capital de los Visigodos en Hispania, Barcino, que ya había sido Corte en tiempos del visigodo Ataulfo y su esposa la princesa romana Gala Placidia. Y en Barcelona estuvo hasta que en un momento determinado del S. V se cambia de nuevo la capital de Hispania, de Barcino a Toletum, probablemente hacia 546, durante el reinado de Theudis. El Tesoro Sagrado era símbolo de identidad del pueblo visigodo, por representar a sus enemigos derrotados, y por ello no se podía gastar ni regalar. Cuando el rey Sisenando pretendió entregar una de sus piezas, el Missorium de Aecio, al franco Dagoberto, como pago por una ayuda militar, no se le consintió, y tuvo finalmente que hacerle un abono procedente del Tesoro Real u ordinario.

La leyenda más arraigada la relaciona con las cuevas de Toledo ¿Tiene base esta hipótesis?

Existe una vieja tradición que cuenta que los sucesivos reyes visigodos van poniendo un candado cada uno a una misteriosa y prohibida cueva extramuros de Toledo, llamada de Hércules, hasta que el último rey, Rodericus (Don Rodrigo), rompe todos ellos y viola la prohibición para saber que había en la cueva, descubriendo unas antiguas imágenes con extraños guerreros orientales y una inscripción diciendo que el rey que entrase en la cueva prohibida verá caer su reino en manos de estos guerreros. Una leyenda que se transmite a lo largo de los siglos y es mencionada por diversos cronistas de la Edad Media y el Renacimiento. Pero curiosamente, esta leyenda aparece no sólo en Toledo sino también en la tradición oriental, a miles de kilómetros, en la “Historia de una ciudad de Al-Andalus conquistada por Tariq ben Ziyad”, texto en el que se especifica que en la cueva se guardaba “la mesa que había pertenecido al profeta Salomón, hijo de David”, y que fue recopilado en ese conjunto de cuentos persas que llamamos “Las Mil y Una Noches”.

Para ir más allá, recordemos que hace más de cuarenta años el profesor Fernando Ruiz de la Puerta consiguió rastrear una docena larga de textos medievales, tanto cristianos como musulmanes (de Al-Ándalus y de Oriente Medio) en los que se dan diferentes versiones de esta leyenda de la cueva acerrojada de Hércules, los más antiguos del S. IX y los más modernos, del XVI. De todos ellos, dos autores (Aben Adhari y Al-Makkari) mencionan específicamente que en ella se guardaba la Mesa de Salomón, coincidiendo con el anónimo autor del relato que se recopiló en Las Mil y Una Noches.

¿Existió dicha cueva de Hércules extramuros? Ruiz de la Puerta propuso hace décadas su existencia real, identificándola con la que hoy llamamos cueva de Higares o de Olihuelas, en una finca particular a unos 11 Km. de Toledo, y relacionándola a su vez con la legendaria escuela de magia y nigromancia que numerosos autores medievales -como Helinando de Froidmont- decían que existió en Toledo, y que fue visitada por los futuros papas Silvestre II y Gregorio VII para aprender saberes reservados. Como leyenda, la tradición de la cueva prohibida es muy bonita y literaria. Ahora bien, lamentablemente no hay base arqueológica o documental para afirmar que los visigodos guardasen en ella su Tesoro Sagrado. 

Pero como jamás se ha hecho una excavación arqueológica ni en la cueva de Higares ni en la dehesa de Mazarrazín, en la que se encuentra, no se puede descartar la posible aparición de algunos objetos (cerámica, monedas, etc.) que puedan datarse cronológicamente con el periodo visigodo. Si tal cosa sucediese, daría una vuelta total a lo que hasta ahora sabemos. Pero de momento, todo es mera especulación.

¿Y las teorías que la vinculan con Santa María de Melque?

En ese caso soy sinceramente escéptico. Que yo sepa, la única persona que ha hablado de ello es un escritor de obras sobre leyendas, misterios, esoterismo y masonería. No me consta que cite ningún documento ni fuente arqueológica para justificar su propuesta de que en algún momento la Mesa de Salomón se guardase en Melque, ni mucho menos en el vecino castillo de Montalbán, que entonces ni existía. Santa María de Melque de por sí es un misterio arquitectónico, porque para algunos arqueólogos es un edificio mozárabe o de repoblación, construido después de la invasión islámica del 711, y para otros es visigodo, de finales del S. VII o comienzos del VIII. Recientemente el doctor arqueólogo Luis Caballero escribió sobre el debate del origen de Melque, que sigue abierto, en el número 5 de la revista Urbs Regia. Este, y no otro, es el verdadero misterio de Santa María de Melque.

Divulgadores históricos como Juan Eslava se abonan a la idea de que recaló en tierras jienense. ¿Qué opinión le merece?

El escritor Juan Eslava no es sólo novelista y divulgador, sino doctor en Historia Medieval. Por un lado, ha escrito entretenidísimas novelas sobre la Mesa de Salomón, y, por otro, interesantes ensayos históricos sobre el mismo tema, que lleva años estudiando. Cuando en 712 los musulmanes conquistadores de Toledo al mando de Tárik BenZiyad se hicieron con la Mesa de Salomón, se la llevaron para entregársela al califa Walid I. No es descartable su paso por tierras jienenses, pero no la escondieron allí, ya que está documentada con posterioridad en Damasco y después en Bagdad y otras ciudades de Oriente. Lo que cuenta Eslava es la existencia de una lápida de mármol que se conserva en Arjona con unos dibujos geométricos, a modo de mandala, que se tomaron presuntamente de antiguos documentos de origen judío del archivo capitular de Jaén. Dichos dibujos serían la representación cabalística del Sagrado Nombre de Dios que (también presuntamente) aparecía en la Mesa de Salomón, y que sólo podría ser descifrada por un sabio entre los sabios. Cuando se habla de que la Mesa de Salomón se conserva en Jaén no se refieren al mueble, sino a la información que se dice que contenía.


Con un libro publicado sobre este asunto ¿A qué conclusión personal llegó?

Mi conclusión es que la Mesa de Salomón existió de verdad, siendo un mueble ceremonial que fue utilizado en su liturgia por el pueblo de Israel desde la época de Moisés y Aarón, un mueble ricamente cubierto de oro y piedras preciosas que se guardaba en el templo de Salomón y que a partir del año 70 d.C. sufrió diferentes saqueos a lo largo de la Historia, saqueos que la llevaron de Jerusalén a Roma, a distintas ciudades de las Galias como Carcasona o Narbona; de allí a Barcelona, de Barcelona a Toledo, y de Toledo volvió a Oriente, siendo mencionada en la Damasco de los Omeyas, después -tras una estancia intermedia en Kufa- en la Bagdad de los Abasidas, después en Al-Rahba, adonde la llevó el turco Al-Basasiri, saqueador de Bagdad, y por último en Alepo, adonde la llevó Ibn-Mirdás, saqueador de Al-Rahba. En paralelo, hay fuentes que nos hacen deducir que durante su estancia en Bagdad, en el S. IX, se hizo al menos una copia, que fue utilizada como regalo de estado para obsequiársela al rey de Serendib, lo que aquí se conocía como la ínsula Trapobana y que era la actual isla de Ceilán (Sri Lanka), en el océano índico. Si me pregunta sobre el objeto místico y mágico, es evidente que la Ciencia Histórica no puede ni debe entrar en lo que científicamente es indemostrable. En todo caso, sólo podemos afirmar que muchísimas personas a lo largo de los siglos han creído en su poder, lo que la hacía atractiva y codiciada, y a la vez, la fue preservando de ser desmontada para fundir el oro y repartir las piedras preciosas, lo que evidentemente hubiera pasado si careciese del simbolismo que se dice que tenía. La última vez que sabemos de ella, según descubrió y publicó en su día la profesora Mª Jesús Rubiera Mata, fue en Alepo, en un documento del S. XI firmado por el cadí Al-Rasid ¿Fue finalmente fundida y desmantelada por alguien que no sabía qué cosa era realmente? ¿Se llevó a otro lugar y se olvidó su existencia? Esa es la verdadera incógnita que, tal vez, algún día se despeje.

 Para saber más:

CASADO POYALES, Antonio. La Mesa de Salomón, de Oriente a Toledo : la verdadera historia de un mito. Argés (Toledo) : Covarrubias, 2018. 143 p. (Cronicón). ISBN 978-84-946745-4-9. 12 €.