Tal día como hoy, 27 de febrero, se celebra la fiesta de una docena de santos prácticamente desconocidos, y otras celebraciones de carácter cívico como el Día del Oso Polar, o de las ONGs. Pero yo prefiero celebrar hoy el Día Internacional del Cocido, uno de los platos más destacados de nuestra Gastronomía.
Hay muchas versiones de este guiso de puchero tan popular, heredero de la olla podrida del Siglo de Oro (el nombre viene de poderida, o poderosa, por la abundancia de sus ingredientes, no porque estén podridos o echados a perder); podríamos citar el cocido madrileño, el lebaniego, el maragato (que se sirve al revés, empezando por las carnes, seguidas de las verduras y legumbres y terminando con la sopa), el montañés (con alubias y berza), el de pelotas, el andaluz, el gallego, el catalán o escudella, el pote asturiano (con alubias blancas en vez de garbanzos), y otros más que seguro me dejo en el tintero. El denominador común es una sopa, un plato de legumbres (generalmente garbanzos) acompañado de patata y verduras, y por último, las carnes.
Y no hay cocido que se precie que carezca, en su tercer plato o vuelco, de unas buenas tajadas de tocino de cerdo. De hecho, a esa mezcla de carne de vaca y de gallina con tocino, jamón, morcilla, y algún otro añadido como chorizo de guisar, se le denomina "la pringá". Y es, precisamente, el tocino, lo que facilita el pringue y la mezcla con los otros ingredientes.
HOMENAJE AL TOCINO
¡Tocino! ¿Qué te ha pasado?
Con lo bueno que tú has sido,
y tanto has alimentado.
Tú que eres genuino,
curado, frito o asado.
Y ahora no te desean;
ahora estás muy denostado.
Cómo me acuerdo, tocino,
del hambre que tú has quitado.
Para mí fuiste divino,
pero te han abandonado.
Recién rascada la sal,
en la lumbre bien tostado,
metido en medio del pan
y dándote un buen bocado…
tocino, ¡qué bueno estás!
Esa grasa esturreada
que sale por ambos lados
cuando estrujas fuerte el pan…
te sientes afortunado.
Eso es la felicidad.
Cuando se acerca el verano
y está la lasca colgada,
siempre lo tienes a mano:
solo tienes que cortar,
le quitas la parte rancia
y debajo hay un manjar.
Con la navaja en la mano
lo troceas en “tajás”
y le das el pasaporte
al modo tradicional:
con buenos tragos de vino
a la hora de merendar.
Cuando lo comes cocido
mira lo tierno que va:
se te derrite en la boca,
¡ay tocino, cómo estás!
¡Qué sensaciones provocas!
A mí me vas cantidad.
Pero hay que tener cuidado
y no excederse jamás,
pues no es muy recomendable
cuando existe obesidad
o el médico lo prohíbe
por alguna enfermedad.
Y como dice el refrán
que yo cuento a mis amigos,
castigo venga de Dios
a una bodega sin vino
a una mocita sin novio
y a una olla sin tocino.
Para saber más:
Sobre los cocidos y la afición a los mismos: la Filopeptofagia ¡orgullo filopeptófago!
Día internacional del cocido: los mejores de Madrid.
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