Se me ha preguntado por un periodista cómo creo que pasará a la Historia la figura del rey Juan Carlos; si pesarán más los últimos escándalos o el papel que hizo durante la Transición. En realidad, no creo que esa pregunta se deba hacer en la situación actual, porque aún no se ha escrito el último capítulo de su vida. Será pertinente plantearla cuando fallezca y se reúna con sus antepasados en la cripta de El Escorial. Pero ahora desconocemos qué va a suceder en el "affaire Corinna": Desconocemos si será imputado, si deberá personarse ante la Justicia y cual será el resultado, si dicha comparecencia se produjese finalmente. También desconocemos si se verá obligado a regularizar su situación ante Hacienda por la presunta infracción fiscal que parece haber cometido, o si, aunque la misma hubiese prescrito, hará voluntariamente al fisco una donación equivalente a lo que hubiese tenido que abonar, en pro de la institución y de su propia imagen. Demasiadas dudas, y demasiadas hipótesis. Según sucedan unas u otras se escribirá el capítulo final sobre el Rey Padre, que será imprescindible para analizar, entonces sí, su paso a la Historia a través de todos los sucesos relacionados con su vida. Aunque ninguno lo veremos, porque la Historia siempre va lenta, al contrario que el Periodismo, que se alimenta de sucesos día a día, incluso hora a hora, y que suele considerar obsoleto un suceso de la semana anterior.
Respecto a la segunda pregunta, sobre si fue realmente tan importante su papel durante la Transición del Franquismo a la Democracia, la respuesta es, evidentemente, sí. Las Cortes aprobaron en 1969 como sucesor en la Jefatura del Estado al príncipe Juan Carlos, descartando al otro aspirante, Alfonso de Borbón y Dampierre, que casó con Carmina Martínez-Bordiú, la nieta de Franco. Tras el fallecimiento del dictador en 1975, Juan Carlos fue proclamado rey y heredó todos los poderes políticos que tenía Franco, a los que pronto renunció para cumplir su promesa de encarnar una monarquía parlamentaria moderna. La Transición fue guiada inicialmente por tres personas: el propio Juan Carlos y las dos personas que escogió para acompañarle en aquel difícil momento: el catedrático de Derecho Político Torcuato Fernández Miranda, presidente de las Cortes, y el joven abogado Adolfo Suárez González, presidente del Gobierno desde 1976. Sin ninguno de los miembros de esta terna, cada uno en su papel, es evidente que no hubiésemos vivido lo que no dudo en considerar el mejor período de la Historia Contemporánea de nuestro país. Aunque hubo sombras, no me cabe duda de que las luces fueron mucho mayores.
El proceso de reforma política de las Leyes Fundamentales del régimen anterior, a través de la fórmula "de la Ley a la Ley pasando por la Ley", que se encarnó en el referéndum de Reforma Política del 76, dio vía libre a un parlamento bicameral elegido por sufragio universal, a la devolución al Pueblo Español de la Soberanía Nacional y a la obligatoriedad de someter a referéndum cualquier propuesta constitucional. Las Cortes franquistas se hicieron el hara kiri y comenzó una etapa llena de esperanza que buscó desde el principio la concordia entre los españoles de todo signo político, tanto los herederos del Franquismo como los perdedores de la Guerra Civil cuarenta años antes.
La Transición Española a la Democracia pudo ser mejor de lo que fue, pero aun así fue un periodo excepcional que permitió cambiar de régimen sin traumas y sin sangre, que integró en un ilusionante proyecto común a todos los partidos e ideologías, incluyendo a la oposición hasta entonces ilegal o exiliada, y que nos dotó de una Carta Magna redactada no sólo por el gobierno de turno, sino por ponentes de todos los partidos: centro, derecha, socialistas, comunistas y nacionalistas. Lo nunca visto en dos siglos de historia constitucional. Y todo aquel período fue encabezado por una persona: Juan Carlos I, llamado acertadamente "el piloto de la Transición". No se puede negar la importancia de su papel, ni que tras el intento de golpe de estado del 23 F de 1981 se ganó la Corona, ni que su reinado ha sido un periodo de progreso, paz y desarrollo como difícilmente se pueden encontrar otros en nuestra historia reciente.
El Presidente Felipe González firma, en presencia del Rey, la incorporación de España a la Unión Europea
España es un país pasional que un día encumbra a una persona y al día siguiente la arroja a lo más profundo. Sucede con todo tipo de personas y personajes: del corazón, de la cultura, del deporte, de la política... y también ha pasado con Juan Carlos. Un gran parte de la opinión pública le ha tachado de ladrón, sin juicio previo, sin considerar la presunción de inocencia a que todo ciudadano tiene derecho, sin esperar acontecimientos. Da igual que los sucesos por los que se investiga a Corinna tuviesen lugar varios años antes de la adjudicación del AVE a La Meca, da igual que los presuntos hechos estén prescritos, y da igual que se argumente que el no declarar al fisco unos ingresos opacos que nunca hubiesen tenido que producirse, siendo un hecho moralmente reprobable, no se puede equiparar con latrocinios que sí metieron mano a la caja pública, como los protagonizados por los Pujol, el EREscándalo andaluz, o el caso Púnica, por citar algunos protagonizados por diferentes partidos, y que ahí siguen. No hay argumentos que valgan ante quienes ya le han juzgado y condenado, ya sea por mera pasión hispánica, o porque les conviene para atacar a una institución que desean eliminar.
Confío en que los sucesos que están transcurriendo en estos momentos -pase lo que pase en un futuro- sirvan al menos para que tanto el propio Juan Carlos como el actual rey Felipe, o quienes ocupen después la Jefatura del Estado, ya sea con corona real o mural, sean conscientes de que es muy difícil separar los actos públicos de los privados de quienes encarnan la más alta magistratura de la Nación, y de que el primero de los españoles no debe realizar negocios particulares, porque ya tiene suficientes ingresos por su cargo para una vida más que digna, y porque la realización de los mismos afectará, no ya a la persona, sino a la Institución de la Corona y, de hecho, a todo el Estado.
Algunos artículos que recomiendo:
Juan Carlos I, el mejor rey para la mejor época, por F.J. Díaz Revorio, catedrático de Derecho Constitucional de la UCLM.
La historia sin histerias: a propósito del rey emérito y sus avatares, por J.S. Pérez Garzón, catedrático de Historia Contemporánea de la UCLM y ex consejero de Educación y Cultura de Castilla-La Mancha.
El dedo, la luna y el Rey, por Luis Arroyo Zapatero, catedrático de Derecho Penal y ex Rector de la UCLM.
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